¿Por qué me gusta tanto el cine?
¿Por qué siento tanta pasión por las imágenes? ¿Por qué me encanta ver el mundo
a través de los ojos de otros? ¿Por qué, aunque la industria y el mercado me
decepcionen a menudo, mi corazón sigue fiel, incluso cuando mi cabeza quiera
olvidarlo?
Ahora que vivo
sola tengo mucho tiempo para reflexionar. Entre viajes de tren y de metro y las
ocasionales esperas en los andenes de las estaciones, me he dado cuenta que la
mayoría del tiempo pienso en lo mismo y en los mismos. Los que me conocen saben
que soy una persona melancólica, que siempre está pesando en el pasado. Y
tal vez es por eso que amo al cine, porque puedo ver una y otra vez lo que me
gusta, lo que me ha hecho reír, llorar, enojar.
Confieso que pienso soy egocéntrica, y que en el fondo mi inseguridad no es más que un reflejo
de eso. Pues siempre estoy pensando que la gente está pendiente de lo que hago,
de lo que pienso o de cómo lo digo. Cuando veo una película siempre estoy
haciendo "liens" como se dice en francés. Es decir que siempre las
relaciono con algo que he vivido o he visto en la vida de quienes me
rodean.
Cuando veo
películas de amor, es evidente que pienso en dos personas que al parecer
siempre llevaré en mi corazón. Cuando veo películas sobre la infancia, mis
primos vienen a mi mente, mis abuelos, las montañas de Bogotá, el frío sabanero, el calor tropical, el río
Magdalena, las vacas; el colegio está siempre presente y los niños a los que he
conocido en mis experiencias profesionales invaden mis pensamientos.
Cuando veo
películas argentinas recuerdo palabras, amigos, fiestas y una parte de mí que
descubrí en ese país del sur que me fascinó, y que con frecuencia olvido. Además
aunque estaba al otro lado del mundo, fue en el sur donde el romanticismo chino de Wong Kar Wai me
cautivó. El cine francés me hace pensar obviamente en mis amigos franceses,
pero paradójicamente me lleva a las aulas de la Universidad Nacional, a esa
época en la que descubría a Godard, a mí amado Truffaut y a Agnès Varda. En esos años, además, un señor inglés amante de la comida me sedujó. Sí, es
el Señor Hitchcock. En esa época creíamos conocer todo sobre el séptimo arte, pero sin
ni siquiera saber cómo se conectaba un DVD.
El cine también me
hace pensar en lugares desconocidos y me ayuda a soñar con ellos. Hay películas que me hacen amar a Colombia, cuando veo las sonrisas o lágrimas de los jóvenes de mi país, pero
también hay veces en las que siento odiarlo porque de repente me vuelvo a
sentir decepcionada del lugar en el que nací.
Mi familia siempre está ahí, ellos están por encima del cine, bueno, más bien puedo decir que
yo misma hago mis propias películas con estas tres personas que conducen mi
existencia.
Acabo de encontrar
una teoría: Amo al cine porque me permite mantener vivos mis recuerdos. El cine
le da matices a mi nostalgia y a mis días solitarios. Hay días en los que
veo una película caleña y se me alegra la semana, como cuando vi Solecito. Otros días siento que me hierbe la sangre, la rebelde en mí se despierta, y se ahoga en su impotencia porque películas como "Después
de Lucía" o "Django" me recuerdan que no todo es color de
rosa y cuestiono mi rol en este mundo.
Los hemanos Coen le dan picante a mi experiencia cinematográfica. Ellos me hacen pensar en esa gente rara que me encanta. Incluso pienso en mí yo de humor negro y pensamientos oscuros, que me visita con menos frecuencia en estos ultimos años.
Los hemanos Coen le dan picante a mi experiencia cinematográfica. Ellos me hacen pensar en esa gente rara que me encanta. Incluso pienso en mí yo de humor negro y pensamientos oscuros, que me visita con menos frecuencia en estos ultimos años.
Amo el cine porque
mantiene viva mi mente y mis pensamientos, y porque en momentos como este en los
que no tengo nada que hacer, puedo distraerme escribiendo y reflexionando por
esta pasión que me consume.